¡Buenas a todos!
Como siempre, ha pasado un siglo desde mi última entrada, y todas las semanas me propongo escribir algo, pero al final nunca lo llevo a cabo. A ver si soy capaz, de una vez por todas, de mantener una publicación semanal.
Ésta vez vengo a enseñar algo diferente a todo lo que he hecho hasta ahora: una pequeña restauración de un libro. Se trata de un libro de 1920 con una encuadernación rústica (tapas blandas) que pertenece a mi tía. Ella me lo dejó porque tenía las tapas sueltas para ver si yo podía pegarlas de algún modo. Me dijo que había pensado en ponerle fiso, pero le parecía muy feo, y yo le dije que había hecho bien, ya que jamás hay que utilizar el fiso para reparar un libro, porque con el tiempo es peor, ya que el pegamento del fiso estropea el papel mucho más.
Así, con el libro en mis manos empecé a pensar en cómo restaurarlo lo mejor posible, ya que es la primera vez que me enfrento a ello.
De lo que que aprendí en el Máster sobre restauración de libros y documentos, lo primero que hay que hacer es desmontar las tapas. En este caso, la delantera estaba completamente suelta, y la trasera estaba a punto de separarse del cuerpo del libro por completo, así que la corté con cuidado. Y luego tenía que quitar el lomo, que fue la parte más difícil. Como ya he dicho, el libro tenía una encuadernación rústica, es decir, que las tapas no son más que un cartón fino y el lomo se encuentra totalmente pegado al cuerpo del libro. Así que, con ayuda del cúter y con muchísimo cuidado, fui despegando ese cartón del lomo.
Luego me di cuenta de que el cosido del libro también estaba un poco mal. Yo no había pensado en tocar el cosido, pero al verlo así, decidí descoser el que traía y hacerle un nuevo cosido con cuerdas. Después, lo normal, reforzar el lomo con tarlatana y papel kraft, y pegarle unas hojas de guarda, para las que elegí un papel de mapas antiguos. En este caso, al ser una encuadernación rústica, no traía cabezadas, así que yo tampoco se las puse.
Hasta aquí todo fácil y normal. El problema vino al pensar en cómo hacer las tapas. En el Máster nos enseñaron que lo ideal es mantener lo más intacta posible la encuadernación original. De esa forma, se me ocurrió que podía hacer unas tapas con cartón de lomera (que es bastante más fino), para intentar mantener unas tapas blandas como las que tenía, y sobre ese cartón de lomera, pegar las tapas originales que yo había separado del libro previamente. Pero estas tapas originales estaban un poco deterioradas por las esquinas, por lo que al pegarlas sobre el cartón, se vería una parte del cartón y del papel kraft, y quedaría feo. Por eso al final decidí preparar unas tapas con el procedimiento habitual, pero usando cartón de lomera, forrándolas con tela de color burdeos, y luego pegar sobre la tela las tapas originales.
El resultado creo que ha quedado bastante bien, aunque no he conseguido la intención de mantener las tapas blandas, ya que la tela y las tapas originales pegadas le han dado bastante rigidez al cartón de lomera. En todo momento he tratado de hacerle el menor daño posible a la restauración original, y espero no haber cometido ninguna aberración en cuanto a restauración se refiere.
A partir del próximo miércoles me sabré enfrentar mejor a restauraciones de libros, ya que voy a comenzar un curso de restauración en El Continente de los Libros. En él también aprenderé la técnica de la reintegración del papel con papel japonés, algo que yo creía que jamás podría aprender. Tengo un montón de ganas de empezar, y de poner en práctica lo que aprenda, así que ya sabéis: si tenéis algún libro deteriorado que queráis arreglar, ¡no dudéis en contactar conmigo! 🙂
¡Hasta la próxima! (que espero que no tarde mucho, jajaja)